Lo certero
Rezar
No tiene por qué ser
el lirio azul, pueden ser
yuyos en un baldío o un puñado
de piedritas; sólo
prestá atención, después
improvisá algunas palabras y no intentes
hacer nada sofisticado, esto no es
un concurso, es una puerta
que da a la gratitud, y un silencio
en que se abren otras voces.
Mary Oliver
(Traducción de Ezequiel Zaidenwerg)
Hoy comienza el tiempo de Adviento. Es uno de mis períodos favoritos. Puede que tenga que ver con mi infancia y el final del colegio, la preparación de las fiestas, ese aire de verano que comenzaba a sentirse en Argentina, el salir de misa y que aún sea de día. Ya de más grande, se convirtió también en el momento de los retiros y misiones: volver a la “realidad” después de esas experiencias me marcó como adolescente y joven adulta. Y también me enseñó sobre la posibilidad de preparación que este tiempo ofrece.
En los últimos 10 años de mi vida mis Advientos se vieron algo distintos, una búsqueda me llevó por caminos impensados: en India buscando un restaurante que no cerrara en Nochebuena, en Inglaterra en un templo budista viendo por primera vez la nieve en diciembre, en Holanda comiendo panqueques calentitos, en Italia yendo de iglesia en iglesia.
Y así, en los últimos años la mochila se fue desarmando, y los viajes en avión disminuyendo. Recuerdo leer una copia de Anhelo de raíces (de May Sarton) en un viaje en tren e intuir que la búsqueda estaba mutando. Algo se fue restaurando.
Hoy visité un mercadito de Navidad, con luces encendidas, árboles gigantes, puestos que vendían chocolate caliente y vin brûlé. Tenía guantes y gorro de lana puestos, tan diverso de los diciembres en la pileta. Las luces me recordaron algo que dijo el cura esta mañana en la misa: que si bien hoy en día hay mucho de marketing en las tradiciones, el poder encender una luz en este período (en el Hemisferio Norte, el de mayor oscuridad) es un símbolo que no debemos dejar pasar.
Parte de la restauración de estos últimos años es gracias a un librito llamado “Waiting on the Word”, de Malcolm Guite, en el que comparte un poema por cada día de Adviento, siguiendo hasta la Epifanía. Entrelazar la poesía y las palabras con este tiempo de espera encendió algo en mí, y me inspiró a escribir una reflexión poética cada día en este Adviento.
Este es un tiempo fecundo de preparación. Y para mí es, también, un compromiso. Un ejercicio de paciencia y compasión. Una ofrenda, aunque mínima, para que caminemos juntos con y hacia la luz.
Allí vamos…
***
En búsqueda de lo verdadero, aprendí también sobre lo certero, que no es otra cosa que lo verdadero que habita lo cotidiano. Hay un arbusto que durante el verano permanece latente, para despertar a finales del otoño. Comienzan a asomarse a través de sus venas unos puntitos rojos, que para esta época se vuelven recordatorio de lo que persiste. Imagino, en un paisaje blanco por la nieve, a estos pequeños frutos indicando el camino. Así, al encender la primera vela en mi corona de Adviento, recuerdo yo también la importancia de buscar lo certero. Algo que no se encuentra en la solemnidad del reposo eterno, sino más bien en la marea de la vida de todos los días, en la experiencia.
Tiempo de dulce espera. El Misterio más misterioso se hace carne y no solo: se hace humano, pequeñito e indefenso. La ternura de esta decisión no deja de conmoverme. Una acción que me mueve a recordar lo inevitable, que una estrella, en Belén, indicará en el cielo que nació el Salvador: hecho carne y entre los brazos de su papá y mamá, calentito entre lana de oveja y abrigado entre los animales que lo acompañan.
El Misterio se hace gesto manso y no hay misterio ni alegría que se le comparen.
Una canción para acompañar: Diamante, de Jorge Fandermole.
Buen camino,
Ayelén
