El antídoto contra el agotamiento

Ayer, en uno de los encuentros de un curso de journaling creativo, una de las alumnas comentó: «¿Vieron que ahora es muy común cancelar planes?». Y sí. Es que estamos agotados. El ritmo del trabajo, de los eventos, compromisos, mails, mensajes, aplicaciones, notificaciones… todo, en exceso, agota. Entonces, después de un largo día de trabajo, llegada una cierta edad, no tenemos energía para salir a una cena, conversar con cinco amigas, tomar y comer. Preferimos estar en el sillón mirando una serie en Netflix, sin tener que pensar ni gastar recursos.

Entiendo bien esto. Incluso muchos años antes de la pandemia, del teletrabajo y de la hiperconectividad, he cancelado planes. Sé lo que es sentir que el sistema nervioso está frito, que un esfuerzo más y: colapso.

Hoy fui a misa bien temprano a la mañana: estaban las abuelitas de siempre. Es una misa con cantos bien cortitos, caseros. La misma persona lee todas las lecturas; el cura conoce por nombre a todos los que van. Llegué un ratito antes y vi a la señora preparando todo, y a otro señor ocupándose de las donaciones de Cáritas. Al terminar la misa, se juntan siempre a charlar un ratito afuera; después van a desayunar al bar de enfrente.

¿Será este el antídoto contra el agotamiento? Compartir espacios con otros, cultivar una vida espiritual, hacerse cargo de una —aunque pequeña— causa, disfrutar del café del domingo a la mañana. Suena casi utópico. Estoy segura de que la vida de muchas de estas señoras no es ideal: jubiladas, algunas en soledad, con familia lejos. No puedo generalizar porque no lo sé. Pero sí sé que nosotros, una generación que tiene acceso a todo tipo de información, estamos frente a una encrucijada: o hacemos como si nada y seguimos por la vorágine del consumo y de la productividad, o nos detenemos un ratito a reflexionar sobre nuestros vínculos, espacios de descanso, de silencio, de regeneración…

En el Credo Niceno hay una parte que dice, refiriéndose a Jesús:

Dios de Dios,
Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre.

Esto me hace pensar que tal vez el Adviento sea un recordatorio sobre lo importante: sobre cómo cultivar espacios en mi vida donde no estar siempre pensando en la creación —en crear o en descubrir—, sino también donde poder descansar en un Dios engendrado y, por ende, que regenera.

Para acompañar hoy, una de mis canciones favoritas: Oración del Remanso, de Jorge Fandermole

Con cariño,

Ayelén

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