Donde el mundo contempla
Comencé este diario de Adviento con muchas ganas y muchas cosas para decir. Disfruté, la mayor parte de los días, sentarme a escribir después de un rato de oración. A medida que pasaban los días, sin embargo, fue haciéndose espacio también el silencio.
La naturaleza contemplativa es para mí un gran regalo. Encontrar un equilibrio entre la acción y la contemplación, un desafío. Aprender a vivir en presencia y amor, tanto en la contemplación como en la acción, uno de esos desafíos lindos. A veces me siento como Marta; otras, como María.
Aunque poner la contemplación como lo contrario de la acción siempre me pareció una picardía. Debería existir —seguramente ya existe— una palabra intermedia. Una palabra puente. Una que nombre el deseo de que la contemplación esté presente en la acción. Pienso, por ejemplo, en los Padres del Desierto y en la Oración del Corazón de Jesús, donde el Nombre se incorpora a cada respiración, incesantemente. No para escapar del mundo, sino para habitarlo.
El sacerdote, en la misa de anoche, dijo algo que me quedó resonando. Jesús nace en un pesebre pobre y humilde. Nuestros corazones, muchas veces, también son pobres (quizás un poco menos humildes). Y que ese Amor pueda renacer ahí es una maravilla.
Celebrar la Navidad hoy es casi un hecho cultural, histórico. No se sabe con exactitud cuándo nació Jesús. Acá, en el hemisferio norte, coincide con otras fiestas antiguas que celebran el pasaje del día más corto del año hacia la luz. Evidentemente, algo de eso calza de manera profunda con lo que viene a simbolizar el nacimiento del Salvador.
El escándalo de un Dios que se hace niño. Humano. Vulnerable. Tierno.
Imagino a María y a José en ese estado de acción y contemplación entrelazadas. Buscar un refugio donde descansar. Estar atentos a los peligros. Y, al mismo tiempo, hacer espacio para la contemplación. Dicen que, en el momento en que nació Jesús, aunque fuera solo por un instante, no hubo guerras ni violencia ni discusiones en la tierra. Por un momento, una madre jovencita y un padre confundido, en medio de la pobreza y la humildad, miraron a los ojos a su Hijo.
Por un momento, las leyes del espacio y del tiempo se suspendieron. La tierra contuvo el aliento en una contemplación perpetua. Y el Misterio se reveló: tierno y amado, para amar al mundo.
Feliz Navidad.
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Para escribir esta reflexión estuve dialogando con estas palabras que leí ayer, de Fulton Sheen, que me conmovieron profundamente:
“But there was a Mother, a Madonna, who did not look up; she looked down to Heaven, for this was Heaven in her arms.”
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Y una canción para terminar este viaje del Adviento y escuchar en un día com hoy: Profecías, de vox Dei.
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Gracias por ser parte.
Con cariño,
Ayelén
