Las maravillas de la creación
Una taza de té de menta. Aún no amanece. El cielo está nublado, así que, aunque amanezca, va a seguir pareciendo un poco de noche.
Cuántas metáforas maravillosas nos enseña la naturaleza.
Vivimos acelerados y a veces cuesta incluso tomarse un rato para observar las nubes, los cambios en las plantas, a qué hora anochece.
Para mí, es una especie de terapia. Cuando lo hago, me siento más conectada a un todo. Ya hablé y escribí varias veces sobre esto: en mi percepción, gran parte de los problemas que nos aquejan a nivel personal y global están enraizados en una falsa idea de desconexión. Al sentirnos separados de un colectivo, los sentimientos de angustia, de soledad, de miedo se vuelven mucho más fuertes.
Recuperar ese lazo que nos une —entre nosotros, y con la creación y con el Creador— es, en mi humilde opinión, un primer paso para sentirnos menos solos, más a gusto y en casa.
Mirar a los ojos a un otro, prestar atención a las plantas que ya, en esta época del invierno, preparan sus brotes, darme un espacio para observar todo esto. Pequeños gestos que nos pueden ayudar, de a poquito, a sentirnos parte.
Puede que un gran error de nuestros tiempos sea, como dicen muchos, que adoramos a la creación en vez del Creador. Así, nuestras prioridades se desfasan y nos agotamos buscando satisfacción en cosas que, tarde o temprano, se acaban. Nuestras almas anhelan el Misterio de la eternidad. Pero la creación, una y otra vez, nos recuerda el ciclo de vida y muerte.
Es entonces cuando el diálogo con el Creador nos acompaña en esta búsqueda. Nos señala que la creación es escuela, y que en ese ciclo que parece comenzar y terminar todos los años (la planta que nace, florece, muere y vuelve a brotar) se esconde, amoroso, el secreto de lo que trasciende toda posibilidad.
La creación no se basta a sí misma, sino que orienta la mirada hacia aquello que la sostiene.
Queda en nosotros, entonces, estar atentos y observar. La Eternidad destella por allí, pero también por acá.
Ver un mundo en un grano de arena
y un cielo en una flor silvestre,
tener el infinito en la palma de la mano
y la eternidad en una hora.
William Blake
Con cariño,
Ayelén
