A light that never goes out

La primera vez que vine a pasar Navidad en Italia fue cuando vivía en Inglaterra. Era mi primer año en el Reino Unido y estaba enamorada de sus cafés, mercados de Navidad, luces en las calles y esa sensación de días de frío y lluvia sentada en el sillón de casa. Pero también comenzaba a darme cuenta de que, los días que entraba a trabajar a las 8 y salía a las 16, no veía la luz del sol. Me sentía débil, un poco confundida también, sin saber muy bien por qué.

Cuando llegamos aquel diciembre a Italia, ya al bajar del avión y ver el verde de la Toscana bajo el sol, fui comprendiendo qué era eso que me estaba pasando. Alessandro me llevó a la plaza principal de su ciudad, y ahí vimos el atardecer: recuerdo sentir el sol en mi piel como si fuera un baño de miel. Con los ojos cerrados, todas las células de mi cuerpo reconocieron esa luz solar como algo que, por más suplementos o proteínas que tomase, no lograba emular.

Es una sensación que me quedó grabada en el cuerpo y en el alma. Hoy, 13 de diciembre, en la fiesta de Santa Lucía, siento que la luz que se enciende en medio de los días más oscuros es un recuerdo de ese sol pleno, que se siente como una caricia donde descansar.

El Adviento puede ser ese tiempo de preparación también, en el que ir encendiendo luces, acompañándonos en el camino con esperanza para, el día de Navidad, poder reconocer esa —en palabras de The Smiths— “light that never goes out”: una luz que no se extingue jamás.

Y claro, para escuchar: There is a Light that Never goes Out, The Smiths

Con cariño,

Ayelén

Siguiente
Siguiente

La espera